¿Quién me vende una palabra virgen,
vibrante, cegadora cual una lumbrarada,
para cantar al mar, mi último amante?
La necesito viva, llena de sangre roja.
La palabra precisa,
reluciente, limpia como una estrella,
una palabra nueva
para llevarla hasta el altar del mar,
el único milagro que conozco,
con la veneración que se merece,
como hace el cielo cuando le visita
con la chispa azul del relámpago.
¡Oh, Juan Ramón, Cernuda, Federico
Poesía uno y trino, sustancia consumada,
sublimada materia derribada,
carne abatida a tiros,
mustia y deshilachada en el exilio,
y renacida luego, para siempre,
en el verbo. Sí vosotros, poetas,
que domináis la magia de crear la belleza,
prestadme la palabra nunca dicha.
Una sola palabra escueta y pura,
carne de lunación iluminada,
para acercarme sin vergüenza
al misterio del mar
y su fondo sagrado de arrecifes,
que esconde la simiente de un dios bueno.
sábado, 18 de diciembre de 2010
martes, 7 de diciembre de 2010
A Bernard Prulhiere, que me ha buscado, hasta encontrarme, después de cincuenta años.
AMOR ADOLESCENTE
Inesperadamente existo, alguien me piensa
más allá de las pálidas fronteras
de los años quemados.
El sol lanza cuchillos incendiados
sobre la bóveda esmeralda de los álamos
y tú y yo, dioses adolescentes renacidos,
hendimos la mañana con nuestros cuerpos de oro.
Tu camisa destella de blancura
y tu boca de dicha contenida
-tus labios no se atreven a rozarme
para no mancillar mi luz intacta-,
pero tus ojos y los míos se han pegado.
Se ha escapado el secreto de su caja
sin siquiera haberlo pronunciado.
Tu limpio corazón me ha rescatado,
después de tantos años a la sombra,
del negro laberinto de las aguas
donde espera el barquero con oficio
para llevarme a la hora exacta.
( Del libro "Laberinto carnal)
Inesperadamente existo, alguien me piensa
más allá de las pálidas fronteras
de los años quemados.
El sol lanza cuchillos incendiados
sobre la bóveda esmeralda de los álamos
y tú y yo, dioses adolescentes renacidos,
hendimos la mañana con nuestros cuerpos de oro.
Tu camisa destella de blancura
y tu boca de dicha contenida
-tus labios no se atreven a rozarme
para no mancillar mi luz intacta-,
pero tus ojos y los míos se han pegado.
Se ha escapado el secreto de su caja
sin siquiera haberlo pronunciado.
Tu limpio corazón me ha rescatado,
después de tantos años a la sombra,
del negro laberinto de las aguas
donde espera el barquero con oficio
para llevarme a la hora exacta.
( Del libro "Laberinto carnal)
sábado, 27 de noviembre de 2010
ABD AL' AZÏZ REGRESA A MÁLAGA
Paréntesis de oros y efímera alegría,
el verano desgrana
su sinfonía estridente de colores y gritos.
En la playa
la arena da sus frutos desmayados:
cuerpos donde el dios sol se glorifica
y los adolescentes aprenden geometría.
Desbordados fardos de fatigadas bestias,
carne cruda y rojiza, desollados desnudos,
huesos blancos de sepia se enfrentan a Afrodita,
como a un cruel espejo,
mientras arden, como ninots, los sueños.
Rebozados de arena,
van y vienen los niños con sus cubos,
empecinados en vaciar el mar.
Y en medio de la fiesta de risas y cervezas,
sorteando sin mirar
los cuerpos en la arena abandonados,
un hombre sudoroso, vestido hasta las cejas
y cargado de alfombras orientales,
se abre paso y ofrece, príncipe del absurdo,
su inútil mercancía a los bañistas.
En sus dóciles ojos, que a mirar no se atreven,
se asoma, como un rayo, un resplandor remoto,
una mezcla de hierro, orgullo y gloria.
El guerrero que conquistó el milagro
de Málaga la bella y aumentó sus tesoros,
regresa hoy vencido a su ciudad coronada
de torres vegetales regadas por tres ríos,
ganada por la arena y el cemento.
Siglos de humillación recorren su memoria,
una larga cadena de dolor, lunas, soles,
inviernos, que Abd al' Azïz arrastra resignado
mientras reza: "tan sólo Alá es grande"
(Del libro inédito "Laberinto Carnal")
el verano desgrana
su sinfonía estridente de colores y gritos.
En la playa
la arena da sus frutos desmayados:
cuerpos donde el dios sol se glorifica
y los adolescentes aprenden geometría.
Desbordados fardos de fatigadas bestias,
carne cruda y rojiza, desollados desnudos,
huesos blancos de sepia se enfrentan a Afrodita,
como a un cruel espejo,
mientras arden, como ninots, los sueños.
Rebozados de arena,
van y vienen los niños con sus cubos,
empecinados en vaciar el mar.
Y en medio de la fiesta de risas y cervezas,
sorteando sin mirar
los cuerpos en la arena abandonados,
un hombre sudoroso, vestido hasta las cejas
y cargado de alfombras orientales,
se abre paso y ofrece, príncipe del absurdo,
su inútil mercancía a los bañistas.
En sus dóciles ojos, que a mirar no se atreven,
se asoma, como un rayo, un resplandor remoto,
una mezcla de hierro, orgullo y gloria.
El guerrero que conquistó el milagro
de Málaga la bella y aumentó sus tesoros,
regresa hoy vencido a su ciudad coronada
de torres vegetales regadas por tres ríos,
ganada por la arena y el cemento.
Siglos de humillación recorren su memoria,
una larga cadena de dolor, lunas, soles,
inviernos, que Abd al' Azïz arrastra resignado
mientras reza: "tan sólo Alá es grande"
(Del libro inédito "Laberinto Carnal")
jueves, 18 de noviembre de 2010
NO ERA INÚTIL, MIGUEL
"Para la libertad sangro, lucho, pervivo"
-Miguel Hernández-
Ya desde muy temprano me enseñaron tus versos clandestinos.
Cuando la libertad era un delito y pronunciar tan hermosa palabra
podía conducirte a la prisión, pensaba: "Pobre Miguel, si hubieras intuido
lo que nos esperaba al doblar tú la esquina envenenada de la vida"
Y se me atragantaba la libertad perdida, lo mismo que una estrella
de cristal astillada, que abandoné en tu boca como un último beso
royéndote la lengua y las encías.
Ay, España, ¿qué fue de tus poetas, los más puros brillantes
que hubo en corona alguna?, ¿qué hiciste con su sangre, con sus huesos?
Y la pena me estallaba por dentro, llanto y trueno, al recordar
tu limpia vida inútil, malgastada. Inútiles tu sueño, tu esperanza,
tu sangre, vuestra sangre, derramada. Y también tu palabra,
tus versos militantes, porque, ay, la libertad fue enterrada contigo,
vencido y humillado contigo todo el pueblo, desangrado por la herida terrible
de la mitad de España amputada de cuajo, de un cuerpo que fue hermoso.
Y millares de espectros, escondidos entre las pocas piedras que quedaron
en pie, como muñones de los muros que fueron arrastrados
por la crecida de la sangre, tus hermanos.
Fuimos los herederos de tu sueño cadavéricos niños, atacados
por la tisis, el tifus, la pelagra y el odio, comidos por el miedo y la miseria,
y sin nada que comer; peritos en prisiones y astucias para sobrevivir.
Durante mucho tiempo me ha amargado tu muerte, vuestra muerte, por inútil.
Menos mal, me decía, que la muerte es eterna y no pueden volver en un permiso
a contemplar la vida de los seres que amaron. Me preguntaba si en algún momento
al descubrir que la guerra iba en serio, obscenamente en serio,
al mirar a la muerte cara a cara en el campo de batalla,
al brindar tu carne vegetal al cirujano, o cuando exangüe, espuma a espuma,
te escapabas de la prisión, la duda te clavó su diente venenoso.
Quizá al verte doblemente vencido, desguazado, en la nata de pena
de los ojos de la mujer que amabas, al sellar la esperaza
de jugar con tu hijo a cazar grillos, te preguntaste si no sería inútil también tú,
si valía la pena penar tanto por ese pez de plata escurridizo
con el que te llenabas tú la hambrienta boca.
Hoy sé, Miguel, que no era inútil.
La libertad enterrada no se pudrió, protegida por la tierra empapada
con la sangre, la tuya y la de tantos, demasiados.
Vuestra sangre comienza a germinar en hombres nuevos
que gritan libertad como en aquel verano violento, pero esta vez sin ira.
Tu corazón, helado en varios tomos, vuelve a latir en los pulsos más nobles.
Vuelve la vida a restañar la herida de la muerte y las cuencas vacías
se han llenado de piedras luminosas abiertas al futuro, incierto pero hermoso.
Gracias a ti, a vosotros, España resucita ya completa.
Los gritos de los niños, que juegan en el parque mientras sus padres votan,
de nuevo en democracia, me han hecho recordarte y comprender.
No era inútil, Miguel, descansa en paz.
Madrid,15 de junio 1977
-Miguel Hernández-
Ya desde muy temprano me enseñaron tus versos clandestinos.
Cuando la libertad era un delito y pronunciar tan hermosa palabra
podía conducirte a la prisión, pensaba: "Pobre Miguel, si hubieras intuido
lo que nos esperaba al doblar tú la esquina envenenada de la vida"
Y se me atragantaba la libertad perdida, lo mismo que una estrella
de cristal astillada, que abandoné en tu boca como un último beso
royéndote la lengua y las encías.
Ay, España, ¿qué fue de tus poetas, los más puros brillantes
que hubo en corona alguna?, ¿qué hiciste con su sangre, con sus huesos?
Y la pena me estallaba por dentro, llanto y trueno, al recordar
tu limpia vida inútil, malgastada. Inútiles tu sueño, tu esperanza,
tu sangre, vuestra sangre, derramada. Y también tu palabra,
tus versos militantes, porque, ay, la libertad fue enterrada contigo,
vencido y humillado contigo todo el pueblo, desangrado por la herida terrible
de la mitad de España amputada de cuajo, de un cuerpo que fue hermoso.
Y millares de espectros, escondidos entre las pocas piedras que quedaron
en pie, como muñones de los muros que fueron arrastrados
por la crecida de la sangre, tus hermanos.
Fuimos los herederos de tu sueño cadavéricos niños, atacados
por la tisis, el tifus, la pelagra y el odio, comidos por el miedo y la miseria,
y sin nada que comer; peritos en prisiones y astucias para sobrevivir.
Durante mucho tiempo me ha amargado tu muerte, vuestra muerte, por inútil.
Menos mal, me decía, que la muerte es eterna y no pueden volver en un permiso
a contemplar la vida de los seres que amaron. Me preguntaba si en algún momento
al descubrir que la guerra iba en serio, obscenamente en serio,
al mirar a la muerte cara a cara en el campo de batalla,
al brindar tu carne vegetal al cirujano, o cuando exangüe, espuma a espuma,
te escapabas de la prisión, la duda te clavó su diente venenoso.
Quizá al verte doblemente vencido, desguazado, en la nata de pena
de los ojos de la mujer que amabas, al sellar la esperaza
de jugar con tu hijo a cazar grillos, te preguntaste si no sería inútil también tú,
si valía la pena penar tanto por ese pez de plata escurridizo
con el que te llenabas tú la hambrienta boca.
Hoy sé, Miguel, que no era inútil.
La libertad enterrada no se pudrió, protegida por la tierra empapada
con la sangre, la tuya y la de tantos, demasiados.
Vuestra sangre comienza a germinar en hombres nuevos
que gritan libertad como en aquel verano violento, pero esta vez sin ira.
Tu corazón, helado en varios tomos, vuelve a latir en los pulsos más nobles.
Vuelve la vida a restañar la herida de la muerte y las cuencas vacías
se han llenado de piedras luminosas abiertas al futuro, incierto pero hermoso.
Gracias a ti, a vosotros, España resucita ya completa.
Los gritos de los niños, que juegan en el parque mientras sus padres votan,
de nuevo en democracia, me han hecho recordarte y comprender.
No era inútil, Miguel, descansa en paz.
Madrid,15 de junio 1977
miércoles, 10 de noviembre de 2010
EL TRAJE DE OTRO
Si me vais a juzgar, tened en cuenta
que mi vida nunca fue cosa mía.
Este sutil tejido de arañas indolentes,
lleno de nudos, rotos y agujeros,
esta vida de harapos, que me cuelgan
y arrastro por la tierra como un traje
que no me pertenece, no la quiero,
aunque sea la única que tengo.
Siempre fue grande o chica, nunca fue de mi talla
ni la vida que me correspondía,
y adaptarme no pude a sus hechuras.
De niña, la vida que me dieron era enorme
para tan corto cuerpo; me quedaba muy grande.
Con la guerra perdida vine al mundo,
aún antes de nacer ya había perdido
y sólo por nacer ya fui culpable.
Sin ángel de la guarda, extraviado
en la enorme confusión o quizá en el exilio,
apenas vi la luz me hicieron presa
en un campo de miel y de naranjas.
¿Quién dijo que no pueden poner rejas al campo?
Rejas al campo aquel pusieron para mí. Lo sé
en las cicatrices aunque no en la memoria.
Luego fue el juego familiar de cárcel a penal,
en vez del de la oca,
en un ir y venir, ensoñecida,
y con el miedo de no reconocer
a mi preso entre los otros presos.
Después vino el hallazgo de aquel muerto
nacido en los trigales con los ojos abiertos
y sus flores de sangre por chaleco.
Malditos años tiernos de rejas, sangre y fuego.
Me desbordó la vida ya en la infancia,
y de joven mantuve la distancia con ella,
que me dotó de un cuerpo
que no correspondía a mi pobreza.
De nuevo me estafó con el señuelo del amor,
y otra vez presa y derrotada fui,
acunando la muerte entre mis brazos.
No merecí la vida que me dieron.
Tenedlo bien en cuenta
cuando mi caso llegue a vuestras manos.
Si me vais a juzgar por esta mueca de verdín
que devoró mi risa de muchacha,
llamad como testigos a los niños
que mueren sin haber conocido la sonrisa.
Pavoroso cortejo de espectros diminutos,
adornado de un enjambre insaciable
de moscas esmeraldas; cuerpecillos
donde se ensañan todas las miserias
y la muerte atesora sus larvas destructoras;
con el único oficio del dolor desmedido
que albergan como templos del dios cruel,
sensible a la belleza de los lirios
mas sin piedad hacia sus criaturas.
Si me vais a juzgar por las palabras,
ácidas verdades que me han quemado los labios
y corroído mis ojos y mi corazón
antes de que mis manos las gritaran,
llamad en mi defensa a los malditos:
presos, locos, gitanos y todos los que sufren
hambre y sed de justicia. Tal vez ellos,
tan desdichados, puedan perdonarme.
(Del libro "El don desapacible")
que mi vida nunca fue cosa mía.
Este sutil tejido de arañas indolentes,
lleno de nudos, rotos y agujeros,
esta vida de harapos, que me cuelgan
y arrastro por la tierra como un traje
que no me pertenece, no la quiero,
aunque sea la única que tengo.
Siempre fue grande o chica, nunca fue de mi talla
ni la vida que me correspondía,
y adaptarme no pude a sus hechuras.
De niña, la vida que me dieron era enorme
para tan corto cuerpo; me quedaba muy grande.
Con la guerra perdida vine al mundo,
aún antes de nacer ya había perdido
y sólo por nacer ya fui culpable.
Sin ángel de la guarda, extraviado
en la enorme confusión o quizá en el exilio,
apenas vi la luz me hicieron presa
en un campo de miel y de naranjas.
¿Quién dijo que no pueden poner rejas al campo?
Rejas al campo aquel pusieron para mí. Lo sé
en las cicatrices aunque no en la memoria.
Luego fue el juego familiar de cárcel a penal,
en vez del de la oca,
en un ir y venir, ensoñecida,
y con el miedo de no reconocer
a mi preso entre los otros presos.
Después vino el hallazgo de aquel muerto
nacido en los trigales con los ojos abiertos
y sus flores de sangre por chaleco.
Malditos años tiernos de rejas, sangre y fuego.
Me desbordó la vida ya en la infancia,
y de joven mantuve la distancia con ella,
que me dotó de un cuerpo
que no correspondía a mi pobreza.
De nuevo me estafó con el señuelo del amor,
y otra vez presa y derrotada fui,
acunando la muerte entre mis brazos.
No merecí la vida que me dieron.
Tenedlo bien en cuenta
cuando mi caso llegue a vuestras manos.
Si me vais a juzgar por esta mueca de verdín
que devoró mi risa de muchacha,
llamad como testigos a los niños
que mueren sin haber conocido la sonrisa.
Pavoroso cortejo de espectros diminutos,
adornado de un enjambre insaciable
de moscas esmeraldas; cuerpecillos
donde se ensañan todas las miserias
y la muerte atesora sus larvas destructoras;
con el único oficio del dolor desmedido
que albergan como templos del dios cruel,
sensible a la belleza de los lirios
mas sin piedad hacia sus criaturas.
Si me vais a juzgar por las palabras,
ácidas verdades que me han quemado los labios
y corroído mis ojos y mi corazón
antes de que mis manos las gritaran,
llamad en mi defensa a los malditos:
presos, locos, gitanos y todos los que sufren
hambre y sed de justicia. Tal vez ellos,
tan desdichados, puedan perdonarme.
(Del libro "El don desapacible")
viernes, 5 de noviembre de 2010
PALABRAS PARA UN SPOT DE TVE
No me hagas daño, amor, porque me duele
que seas tú, a quien amo como nadie amó nunca,
el que me parte el alma cada día,
sin que te apiade ver como me deja
el vino que conviertes en mi sangre.
Destrozada en el suelo,
como un plato de loza hecho pedazos,
sin dignidad ni luz en la mirada;
un montón de basura abandonada.
Fría como una muerta, que aún respira
con el fin de maldecir haber nacido un día
para albergar la pena incontenible
que tu presencia amada siempre deja.
(Del libro "Laberinto carnal")
que seas tú, a quien amo como nadie amó nunca,
el que me parte el alma cada día,
sin que te apiade ver como me deja
el vino que conviertes en mi sangre.
Destrozada en el suelo,
como un plato de loza hecho pedazos,
sin dignidad ni luz en la mirada;
un montón de basura abandonada.
Fría como una muerta, que aún respira
con el fin de maldecir haber nacido un día
para albergar la pena incontenible
que tu presencia amada siempre deja.
(Del libro "Laberinto carnal")
miércoles, 27 de octubre de 2010
AMANTE DE LLUVIA
Vienes, desde tan lejos, a mis ojos
y los ciegas de llanto.
Ciegos también tus ojos y los míos
bajo aquel aguacero de la noche
primera, palpándonos los rostros
para encontrar los labios y bebernos.
La lluvia generosa que caía
inundó de alegría la pobreza
de un domingo cualquiera,
que ya es único y nuestro,
y nos hizo sentirnos inmortales
(no puede ser humana tanta dicha),
anegados en besos, agua y risas.
¡Ay, amante de lluvia y alegría,
detenido para siempre en la noche que te amé!
Tan ido como el viento codicioso
que robaba los oros
a los dormidos árboles
y empujaba tu cuerpo contra el mío,
me vienes a la mente, de improviso,
volando la hojarasca
que otoño tras otoño te ocultaba.
Y la plaza sonora de la boca,
convertida en un pozo de silencios
donde oxidadas yacen las palabras
con su vaho levísimo de escombros,
se me llena de aquel urgente jugo
donde saltaban vivos, como peces, los besos.
Perdido y sin retorno, amor,
y yo ya acostumbrada a tanta ausencia,
de repente me vienes como un rayo
directo al corazón, reseco de cenizas,
y sangra la amapola disecada.
Tan lejos y tan ido, en un instante
te haces dueño de mí, lunar e intacta,
sólo con ver tu foto en los diarios..
(Del libro Terrenal y marina)
y los ciegas de llanto.
Ciegos también tus ojos y los míos
bajo aquel aguacero de la noche
primera, palpándonos los rostros
para encontrar los labios y bebernos.
La lluvia generosa que caía
inundó de alegría la pobreza
de un domingo cualquiera,
que ya es único y nuestro,
y nos hizo sentirnos inmortales
(no puede ser humana tanta dicha),
anegados en besos, agua y risas.
¡Ay, amante de lluvia y alegría,
detenido para siempre en la noche que te amé!
Tan ido como el viento codicioso
que robaba los oros
a los dormidos árboles
y empujaba tu cuerpo contra el mío,
me vienes a la mente, de improviso,
volando la hojarasca
que otoño tras otoño te ocultaba.
Y la plaza sonora de la boca,
convertida en un pozo de silencios
donde oxidadas yacen las palabras
con su vaho levísimo de escombros,
se me llena de aquel urgente jugo
donde saltaban vivos, como peces, los besos.
Perdido y sin retorno, amor,
y yo ya acostumbrada a tanta ausencia,
de repente me vienes como un rayo
directo al corazón, reseco de cenizas,
y sangra la amapola disecada.
Tan lejos y tan ido, en un instante
te haces dueño de mí, lunar e intacta,
sólo con ver tu foto en los diarios..
(Del libro Terrenal y marina)
domingo, 17 de octubre de 2010
AMOR, ETERNO ERES
Amor, eterno eres, como juré,
juramos, aquel día, al principio
del mundo y la catástrofe,
cuando, ¡oh prodigio!, tú me renaciste
y me gané en la cifra de fuego de sus labios
la herida de mí misma, mi nuevo ser,
desesperadamente puro y libre,
encadenado a ti ya para siempre.
Qué importa que su sellado corazón
me niegue lo que implora
de otro corazón desconocido,
que sus ávidos labios busquen ángulos nuevos,
sedientos de otros zumos y otros labios,
que su cuerpo no sea ya la ardiente
prolongación del mío,
si aquí estás tú, dolor, su último rostro,
pesando sobre mí como él desnudo,
forma esencial de mí, tuétano mío,
la más fiel, la más larga compañía.
Dolor que hace mi amor irrevocable,
eterno, como juré, juramos, aquel día.
(Del libro Terrenal y marina)
juramos, aquel día, al principio
del mundo y la catástrofe,
cuando, ¡oh prodigio!, tú me renaciste
y me gané en la cifra de fuego de sus labios
la herida de mí misma, mi nuevo ser,
desesperadamente puro y libre,
encadenado a ti ya para siempre.
Qué importa que su sellado corazón
me niegue lo que implora
de otro corazón desconocido,
que sus ávidos labios busquen ángulos nuevos,
sedientos de otros zumos y otros labios,
que su cuerpo no sea ya la ardiente
prolongación del mío,
si aquí estás tú, dolor, su último rostro,
pesando sobre mí como él desnudo,
forma esencial de mí, tuétano mío,
la más fiel, la más larga compañía.
Dolor que hace mi amor irrevocable,
eterno, como juré, juramos, aquel día.
(Del libro Terrenal y marina)
viernes, 8 de octubre de 2010
V
Tal vez sea la hiedra que reúna mi escombro
quien te diga algún día la palabra
que yo no encuentro nunca.
Por qué duele en mis ojos esta tristeza inútil,
por qué tengo la sonrisa lastrada
y las manos tan duras.
Tendrá mi tierra entonces la frescura de un cuerpo
y mi amor detrás de ella
te aclarará los huesos.
Y te caerán goteras
en alguna esquina
que mojen hasta el fondo tu madera.
Cuando sólo eso sea:
una isla de hiedra enamorada
que rescate la lluvia.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
quien te diga algún día la palabra
que yo no encuentro nunca.
Por qué duele en mis ojos esta tristeza inútil,
por qué tengo la sonrisa lastrada
y las manos tan duras.
Tendrá mi tierra entonces la frescura de un cuerpo
y mi amor detrás de ella
te aclarará los huesos.
Y te caerán goteras
en alguna esquina
que mojen hasta el fondo tu madera.
Cuando sólo eso sea:
una isla de hiedra enamorada
que rescate la lluvia.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
martes, 28 de septiembre de 2010
EL HOMBRE (II)
Inesperadamente, una mañana
se hace la luz,
sin medida, irrefrenable, cegadora,
y es el comienzo.
Hasta ese momento,
el hombre ha sido un ser sumiso y torpe
(" Yo no había tenido
nada de valor hasta entonces"
-se justificará el día que termine su reinado),
que ahora intenta almacenar la luz.
Arrogante y hermoso, el príncipe
convoca al mundo,
subido al campanario vegetal de su gozo:
"Hombres todos venid a mi coronación.
Yo soy el elegido por el sol.
Tengo los elemetos rendidos a mi suerte.
Basta que yo diga hágase
y estallará el milagro.
La belleza se me ha entregado
desnuda como un mármol sin secreto.
Y el amor más puro está cociéndose en mi pecho".
Algunos pocos acuden al prodigio,
a mendigar su rosa,
a compartir las mieles que le brotan
del costado, a robarle los rizos
y medir las montañas que sus ojos reflejan.
Hasta que el alba lo encuentre en la playa,
extenuado
de soportar tanta riqueza inútil,
al lado de un cadáver brillante.
Ha comprendido
y acepta los gusanos de sus ojos
donde la luz ayer dilató la belleza.
Al subir la marea
el agua va a lamer las heridas
a este hombre recién nacido.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
se hace la luz,
sin medida, irrefrenable, cegadora,
y es el comienzo.
Hasta ese momento,
el hombre ha sido un ser sumiso y torpe
(" Yo no había tenido
nada de valor hasta entonces"
-se justificará el día que termine su reinado),
que ahora intenta almacenar la luz.
Arrogante y hermoso, el príncipe
convoca al mundo,
subido al campanario vegetal de su gozo:
"Hombres todos venid a mi coronación.
Yo soy el elegido por el sol.
Tengo los elemetos rendidos a mi suerte.
Basta que yo diga hágase
y estallará el milagro.
La belleza se me ha entregado
desnuda como un mármol sin secreto.
Y el amor más puro está cociéndose en mi pecho".
Algunos pocos acuden al prodigio,
a mendigar su rosa,
a compartir las mieles que le brotan
del costado, a robarle los rizos
y medir las montañas que sus ojos reflejan.
Hasta que el alba lo encuentre en la playa,
extenuado
de soportar tanta riqueza inútil,
al lado de un cadáver brillante.
Ha comprendido
y acepta los gusanos de sus ojos
donde la luz ayer dilató la belleza.
Al subir la marea
el agua va a lamer las heridas
a este hombre recién nacido.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
miércoles, 15 de septiembre de 2010
TÁNTALO
Duelo de amor a espada y lirio abierto.
Me abraso con el frio de tu espalda,
atalaya de nieve que me niega
la cifra de tu gloria y de mi herida.
Cruel juego, cercas de nieve el fuego,
y al instante alimentas, beso a beso,
mi infierno. No desembrides la furia
de la sangre si es batalla perdida.
No me prendas, amor, si no has de amarme,
que ya ardo y muero en el incendio, presa
del sortilegio que en tu labio bebo.
Mientras tú, desdeñoso a mi condena,
te creces y atesoras, avariento,
toda la luz que derribada debo.
Me abraso con el frio de tu espalda,
atalaya de nieve que me niega
la cifra de tu gloria y de mi herida.
Cruel juego, cercas de nieve el fuego,
y al instante alimentas, beso a beso,
mi infierno. No desembrides la furia
de la sangre si es batalla perdida.
No me prendas, amor, si no has de amarme,
que ya ardo y muero en el incendio, presa
del sortilegio que en tu labio bebo.
Mientras tú, desdeñoso a mi condena,
te creces y atesoras, avariento,
toda la luz que derribada debo.
lunes, 30 de agosto de 2010
LA SOMBRA
Madre, detén tu pavorosa huida.
Esa reseca sombra que te sigue
pegada al mástl desvencijado de tus huesos;
esa mujer vencida, tatuada de borrones
y agujeros, a quien hostil espías
en las sombras de la afilada noche,
soy yo, madre, la niña de las trenzas
a la que tú vestías de comunión
aquella azul mañana de seda prodigiosa.
Luz de mi infancia antigua, soleada sonrisa
donde cabía toda la primavera, nido
virante donde el verbo cuajó y tomó carne:
pan, agua, amor, mamá. ¡Mírame, madre!,
soy tu niña. No me huyas ni me odies
por seguir tu camino y acumulaar
gusanos en el pelo en vez de mariposas.
Deténte, sentémonos a hablar como hace años,
en la ladera de esta atroz pendiente
por la que avanzas ciega, en desigual carrera
con la muerte en la que yo te sigo
dócilmente. Démonos una tregua
en el tiempo sin prisa que nos queda.
Déjame reposar en tu regazo,
altar mayor de la ternura huésped,
con tierno olor a hornada de pan blanco.
Torre carnal donde brotó
la fuente de la vida a la que me remonto,
dame refugio, aunque sea un instante,
en la ventana abierta de tus brazos
por los que vislumbré la luz primera.
Lo ves, madre, no han pasado los años.
Estamos tú yo solas en la sala,
tu coses y yo intento resolver un problema
(¿recuerdas qué torpe era
para las matemáticas?) A punto de caer,
la tarde está colgando de una rama,
y de súbito siento tu mirada.
Rescoldo enrojecido, pulpa del mismo fuego,
el sol brilla al oeste de tus ojos
en la más dulce puesta de sol que nunca he visto,
y me convoca a un futuro de mieles
que no alcanzo, de secreto y lejano.
Me miras y casi no me ves, me estás soñando.
¡¿Qué sueñas, madre, que te hace sonreír?
No me odies por no estar a la altura
de tu sueño. La vida, deberías saberlo,
no es el cuento de hadas que inventaste
para mí y que las dos acabamos creyendo.
Es la fiebre amarilla en la cometa
que no puede remontar el vuelo. Un naufragio
de estrellas, que el mar apaga y torna simples piedras.
Sólo soy piedra, madre, despojo del naufragio
vomitado a la playa, astro apagado y yerto.
Quiéreme como soy,
no añadas tu desdén a mis escombros.
Déjame andar contigo de la mano
el resto de camino que nos queda.
Rasga los hilos de tu infiel memoria
y reconóceme en mi amargura.
Mírame como aquella mañana de pájaros
y seda, de un Dios casi veraz en la armonia
de nuestro amor. Aventa las cenizas
y reaviva el rescoldo; aún tienes en las manos
el don de renacerme. Madre mía,
conjurémonos contra la muerte atroz.
(De "El don desapacible" cap. "Oficio de cenizas")
Esa reseca sombra que te sigue
pegada al mástl desvencijado de tus huesos;
esa mujer vencida, tatuada de borrones
y agujeros, a quien hostil espías
en las sombras de la afilada noche,
soy yo, madre, la niña de las trenzas
a la que tú vestías de comunión
aquella azul mañana de seda prodigiosa.
Luz de mi infancia antigua, soleada sonrisa
donde cabía toda la primavera, nido
virante donde el verbo cuajó y tomó carne:
pan, agua, amor, mamá. ¡Mírame, madre!,
soy tu niña. No me huyas ni me odies
por seguir tu camino y acumulaar
gusanos en el pelo en vez de mariposas.
Deténte, sentémonos a hablar como hace años,
en la ladera de esta atroz pendiente
por la que avanzas ciega, en desigual carrera
con la muerte en la que yo te sigo
dócilmente. Démonos una tregua
en el tiempo sin prisa que nos queda.
Déjame reposar en tu regazo,
altar mayor de la ternura huésped,
con tierno olor a hornada de pan blanco.
Torre carnal donde brotó
la fuente de la vida a la que me remonto,
dame refugio, aunque sea un instante,
en la ventana abierta de tus brazos
por los que vislumbré la luz primera.
Lo ves, madre, no han pasado los años.
Estamos tú yo solas en la sala,
tu coses y yo intento resolver un problema
(¿recuerdas qué torpe era
para las matemáticas?) A punto de caer,
la tarde está colgando de una rama,
y de súbito siento tu mirada.
Rescoldo enrojecido, pulpa del mismo fuego,
el sol brilla al oeste de tus ojos
en la más dulce puesta de sol que nunca he visto,
y me convoca a un futuro de mieles
que no alcanzo, de secreto y lejano.
Me miras y casi no me ves, me estás soñando.
¡¿Qué sueñas, madre, que te hace sonreír?
No me odies por no estar a la altura
de tu sueño. La vida, deberías saberlo,
no es el cuento de hadas que inventaste
para mí y que las dos acabamos creyendo.
Es la fiebre amarilla en la cometa
que no puede remontar el vuelo. Un naufragio
de estrellas, que el mar apaga y torna simples piedras.
Sólo soy piedra, madre, despojo del naufragio
vomitado a la playa, astro apagado y yerto.
Quiéreme como soy,
no añadas tu desdén a mis escombros.
Déjame andar contigo de la mano
el resto de camino que nos queda.
Rasga los hilos de tu infiel memoria
y reconóceme en mi amargura.
Mírame como aquella mañana de pájaros
y seda, de un Dios casi veraz en la armonia
de nuestro amor. Aventa las cenizas
y reaviva el rescoldo; aún tienes en las manos
el don de renacerme. Madre mía,
conjurémonos contra la muerte atroz.
(De "El don desapacible" cap. "Oficio de cenizas")
domingo, 22 de agosto de 2010
SIMPLEMENTE UN CUENTO
Me estoy quedando a solas con la muerte,
que recorre la casa mientras finjo que duermo.
A veces me contempla dulcemente,
como una madre al borde de mi cama,
y para no arrojarme de bruces en sus brazos
invento que alguien me necesita urgentemente.
Unas veces soy pan para el hambriento;
otras, sonrisa y algodón
para limpiar el pus de las heridas,
o simplemente un cuento
para dormir a un niño de la calle.
Y después soy un sueño, el vino y la guitarra,
para espantar el miedo del parado;
soy los ojos, la luz para los ciegos,
la esperanza para el desesperado,
una estrella en la noche más oscura
o nieve pura en medio del desierto.
Así engaño a la muerte y sigo viva.
(Del libro "Terrenal y marina")
que recorre la casa mientras finjo que duermo.
A veces me contempla dulcemente,
como una madre al borde de mi cama,
y para no arrojarme de bruces en sus brazos
invento que alguien me necesita urgentemente.
Unas veces soy pan para el hambriento;
otras, sonrisa y algodón
para limpiar el pus de las heridas,
o simplemente un cuento
para dormir a un niño de la calle.
Y después soy un sueño, el vino y la guitarra,
para espantar el miedo del parado;
soy los ojos, la luz para los ciegos,
la esperanza para el desesperado,
una estrella en la noche más oscura
o nieve pura en medio del desierto.
Así engaño a la muerte y sigo viva.
(Del libro "Terrenal y marina")
miércoles, 11 de agosto de 2010
UN DÍA CUALQUIERA
El mar, la mar, me llama a la oficina
con sus cantos azules de sirena,
y su voz desordena el calendario
abreviando sueños y primaveras.
Por el azul nublado del invierno
se desatan abriles impacientes.
Los cerebros de las máquinas sabias
se tornan fantasiosos, y alocados
escriben poemillas de amor a Margarita.
Despiertan los teléfonos soñando
ser orquestas de métal. Obedientes,
a la señal del mar saltan los cables,
y las luces se apagan acentuando el caos.
El despacho se encoge, se arrugan las paredes,
y vuelan los informes del ministro
por la ventana abierta,
alegres como pájaros de la isla del pan,
mientras el pobre jefe de negociado grita.
Un día cualquiera, en medio del trabajo,
la voz del mar suena su caracola
y tiemblan los cimientos,
los cristales de todo el edificio,
y se me desordena la memoria.
Me olvido de los pagos
a Hacienda, el gas, la luz...
y quiero ser papel para escaparme.
(De "Terrenal y marina")
con sus cantos azules de sirena,
y su voz desordena el calendario
abreviando sueños y primaveras.
Por el azul nublado del invierno
se desatan abriles impacientes.
Los cerebros de las máquinas sabias
se tornan fantasiosos, y alocados
escriben poemillas de amor a Margarita.
Despiertan los teléfonos soñando
ser orquestas de métal. Obedientes,
a la señal del mar saltan los cables,
y las luces se apagan acentuando el caos.
El despacho se encoge, se arrugan las paredes,
y vuelan los informes del ministro
por la ventana abierta,
alegres como pájaros de la isla del pan,
mientras el pobre jefe de negociado grita.
Un día cualquiera, en medio del trabajo,
la voz del mar suena su caracola
y tiemblan los cimientos,
los cristales de todo el edificio,
y se me desordena la memoria.
Me olvido de los pagos
a Hacienda, el gas, la luz...
y quiero ser papel para escaparme.
(De "Terrenal y marina")
viernes, 30 de julio de 2010
ENVEJECER A SOLAS
Por favor, no me dejes envejecer a solas
con el amargo fruto del árbol de tu ausencia
como única comida, llenando los pucheros,
el salón y la alcoba de vinagres y lágrimas.
Si tus ojos dejaran de mirarme,
no sólo perdería la sonrisa
en un vaivén de flores en el agua,
también el remolino tragaría
mis ojos diluidos, mis facciones
y hasta mi identidad hecha pedazos.
Por favor, no me dejes. Envejecer a solas
me da miedo. Sin tu luz, la implacable ceguera
de la noche, donde emboscada espera
la muerte indiferente, me acabará engullendo.
No me dejes, sol mío, cuando llegue el invierno
y la escarcha y las sombras aniden en mi mente.
No permitas, amor, que los fantasmas
llenen la casa y las alfombras. Temo
irme quedando fría con sus besos,
temblorosa y confusa hasta olvidar tu nombre.
¡Ay, amor!, olvidaba que te fuiste hace tiempo,
y que estoy sola y vieja, con la muerte
enroscada a mis pies como un perro.
(De "Terrenal y marina")
con el amargo fruto del árbol de tu ausencia
como única comida, llenando los pucheros,
el salón y la alcoba de vinagres y lágrimas.
Si tus ojos dejaran de mirarme,
no sólo perdería la sonrisa
en un vaivén de flores en el agua,
también el remolino tragaría
mis ojos diluidos, mis facciones
y hasta mi identidad hecha pedazos.
Por favor, no me dejes. Envejecer a solas
me da miedo. Sin tu luz, la implacable ceguera
de la noche, donde emboscada espera
la muerte indiferente, me acabará engullendo.
No me dejes, sol mío, cuando llegue el invierno
y la escarcha y las sombras aniden en mi mente.
No permitas, amor, que los fantasmas
llenen la casa y las alfombras. Temo
irme quedando fría con sus besos,
temblorosa y confusa hasta olvidar tu nombre.
¡Ay, amor!, olvidaba que te fuiste hace tiempo,
y que estoy sola y vieja, con la muerte
enroscada a mis pies como un perro.
(De "Terrenal y marina")
martes, 20 de julio de 2010
MORITURI
A Pier Paolo Pasolini, muerto a palos
y enlodado por los hijos de la noche.
Esperad, antes de que me golpeéis
quiero advertiros, hijos de la noche,
implacables ángeles de las sombras,
que sé llorar en todos los idiomas.
En francés he gemido, con éxito notable,
en el Barrio Latino y en el andén del metro,
en tiempos de Ben Bella, de De Gaulle y Bumediam.
Al pie del Vaticano y en las playas de Ostia
he llorado -en italiano, claro- a un cristo
sucio de sangre y barro, de voz insobornable.
Y en Wall Street, en Bowaris y en Harlem,
acosada por millares de espectros,
hombres sacrificados al dios Dólar,
mis lamentos han sido en un yanqui perfecto.
Asombraos, también sé gemir en griego antiguo.
Lo he probado en el Ágora ateniense,
mientras el tren pasaba desdeñoso
y se tambaleaban los cimientos
del templo de Teseo.
Y también he llorado en el Pireo,
junto a un sarnoso can apaleado.
Pero lloro mejor en castellano,
en esta hermosa lengua, que es mi idioma,
rizo el rizo del grito y el lamento,
y no es por presumir de virtuosa
que me ha costado sangre el aprenderlo.
Antes de golpearme, ahora que estáis a tiempo,
decidme, azules criaturas de la muerte,
¿qué idioma preferís para el recreo?
(Del libro "El don desapacible")
y enlodado por los hijos de la noche.
Esperad, antes de que me golpeéis
quiero advertiros, hijos de la noche,
implacables ángeles de las sombras,
que sé llorar en todos los idiomas.
En francés he gemido, con éxito notable,
en el Barrio Latino y en el andén del metro,
en tiempos de Ben Bella, de De Gaulle y Bumediam.
Al pie del Vaticano y en las playas de Ostia
he llorado -en italiano, claro- a un cristo
sucio de sangre y barro, de voz insobornable.
Y en Wall Street, en Bowaris y en Harlem,
acosada por millares de espectros,
hombres sacrificados al dios Dólar,
mis lamentos han sido en un yanqui perfecto.
Asombraos, también sé gemir en griego antiguo.
Lo he probado en el Ágora ateniense,
mientras el tren pasaba desdeñoso
y se tambaleaban los cimientos
del templo de Teseo.
Y también he llorado en el Pireo,
junto a un sarnoso can apaleado.
Pero lloro mejor en castellano,
en esta hermosa lengua, que es mi idioma,
rizo el rizo del grito y el lamento,
y no es por presumir de virtuosa
que me ha costado sangre el aprenderlo.
Antes de golpearme, ahora que estáis a tiempo,
decidme, azules criaturas de la muerte,
¿qué idioma preferís para el recreo?
(Del libro "El don desapacible")
viernes, 9 de julio de 2010
EL DIABLO
A menudo te hablo de mi hastío,
te vomito tu vino miserable,
tus mentiras, y me quejo de tus cobardías.
Déjame, en cambio, ahora decirte que te amo,
porque he visto al diablo y tengo miedo.
¡Oh, Dios, qué bello y dulce es el diablo!
En sus ojos, hermosos como lagos del Norte,
me he visto reflejada, cual un rayo de luna,
y he recuperado la inocencia
de radiante muchacha, abierta al viento
su blanca risa y su vestido blanco.
Sus manos me han mostrado la belleza de mi piel.
¡Ay, sus manos de ascuas y jacintos!,
que han dejado un incendio de avispas en mis venas
y una flor de libertad herida en mi costado.
En su risa indomable de campana,
donde relampaguea la luz del universo,
ha quedado atrapada mi alegría.
Mas sé que era el diablo, que quería
tentarme con sus oros de ángel libre
y arrancarte de mí, puñal experto
que tapona la sangre de mi herida,
borrarte como un número de tiza.
A ti, mi dueño de sedienta boca,
implacable señor de mis tinieblas,
mi dios pequeño pero cruel como Dios mismo.
(De "El don desapacible", cap.I, "Del amor y sus frutos amargos")
te vomito tu vino miserable,
tus mentiras, y me quejo de tus cobardías.
Déjame, en cambio, ahora decirte que te amo,
porque he visto al diablo y tengo miedo.
¡Oh, Dios, qué bello y dulce es el diablo!
En sus ojos, hermosos como lagos del Norte,
me he visto reflejada, cual un rayo de luna,
y he recuperado la inocencia
de radiante muchacha, abierta al viento
su blanca risa y su vestido blanco.
Sus manos me han mostrado la belleza de mi piel.
¡Ay, sus manos de ascuas y jacintos!,
que han dejado un incendio de avispas en mis venas
y una flor de libertad herida en mi costado.
En su risa indomable de campana,
donde relampaguea la luz del universo,
ha quedado atrapada mi alegría.
Mas sé que era el diablo, que quería
tentarme con sus oros de ángel libre
y arrancarte de mí, puñal experto
que tapona la sangre de mi herida,
borrarte como un número de tiza.
A ti, mi dueño de sedienta boca,
implacable señor de mis tinieblas,
mi dios pequeño pero cruel como Dios mismo.
(De "El don desapacible", cap.I, "Del amor y sus frutos amargos")
martes, 29 de junio de 2010
Amor es la palabra (II)
Te recuerdo como eras en aquel otoño.
Vegetal desgajado por el rayo,
humedecida tu corteza morena.
Yo aprendía, a la vez, la geografía del varón
y a lavar tus camisas.
La espuma se quedaba detenida en mis manos,
mientras mis ojos estrenaban atónitos tu imagen
borrando toda huella ajena a ti.
Y recuerdo el deseo, escupiéndonos
como un volcán su lava.
La fiebre de tus manos, tomando posesión
de aquella torpe isla sorprendida
-de la feria me queda el cuerpo calcinado-
Y recuerdo el bocado de tus ojos,
antes de agonizar en cada asalto.
Y me recuerdo, recién nacida entre tus brazos,
con un sabor a algas maceradas en llanto
-sabor a virgen rota decía yo riendo-.
La tarde olía a sangre y almidón
y yo iba en el metro, por primera vez sola,
desgajada de ti.
Aquel día me vestí una tristeza nueva.
Y recuerdo los árboles, llorando sobre mí
el confeti amarillo de sus ojos.
Y al hombre cojo del acordeón
cantando a los cadáveres del campo de batalla.
Y te recuerdo a ti, y aún me estremezco,
saliendo de la guerra -la dulce guerra nuestra-
moreno y despeinado como el trigo.
Así te guardo, amor,
mío ya para siempre, aunque no quieras.
(Del libro "Crónicas de una tristeza")
Vegetal desgajado por el rayo,
humedecida tu corteza morena.
Yo aprendía, a la vez, la geografía del varón
y a lavar tus camisas.
La espuma se quedaba detenida en mis manos,
mientras mis ojos estrenaban atónitos tu imagen
borrando toda huella ajena a ti.
Y recuerdo el deseo, escupiéndonos
como un volcán su lava.
La fiebre de tus manos, tomando posesión
de aquella torpe isla sorprendida
-de la feria me queda el cuerpo calcinado-
Y recuerdo el bocado de tus ojos,
antes de agonizar en cada asalto.
Y me recuerdo, recién nacida entre tus brazos,
con un sabor a algas maceradas en llanto
-sabor a virgen rota decía yo riendo-.
La tarde olía a sangre y almidón
y yo iba en el metro, por primera vez sola,
desgajada de ti.
Aquel día me vestí una tristeza nueva.
Y recuerdo los árboles, llorando sobre mí
el confeti amarillo de sus ojos.
Y al hombre cojo del acordeón
cantando a los cadáveres del campo de batalla.
Y te recuerdo a ti, y aún me estremezco,
saliendo de la guerra -la dulce guerra nuestra-
moreno y despeinado como el trigo.
Así te guardo, amor,
mío ya para siempre, aunque no quieras.
(Del libro "Crónicas de una tristeza")
viernes, 18 de junio de 2010
ÁNGELES DESCUIDADOS
Pobres, pálidos ángeles de los cementerios,
que veláis incansables bajo el frío
los sueños terroríficos de los niños muertos,
que debistéis guardar cuando eran vivos.
Dulcisimos espíritus de mármol
de mirada cegada y alas rotas,
mutilados, mellada la sonrisa
por la lluvia y el viento, en los labios mordidos,
caídos como pétalos. Sólo memoria sois
de traicionados rezos infantiles,
cuando cándidamente os invocaban.
¡Ah, la pura materia de los niños!,
en la que atesoramos lo mejor de nosotros,
y donde Él nos asesta la más cruel herida:
la de verlos crecer bajo la hierba.
Inalcanzable imagen del tierno adolescente
que, abrasado de sueños y alentado
por hálito divino, osó volar muy alto,
ahora sólo escombro derribado.
A vuestros pies están, ya putrefactos
como la propia lepra que os destruye,
los que sus madres os encomendaron
al nacer. ¡Ay, ángeles descuidados!
(De "Terrenal y marina").
que veláis incansables bajo el frío
los sueños terroríficos de los niños muertos,
que debistéis guardar cuando eran vivos.
Dulcisimos espíritus de mármol
de mirada cegada y alas rotas,
mutilados, mellada la sonrisa
por la lluvia y el viento, en los labios mordidos,
caídos como pétalos. Sólo memoria sois
de traicionados rezos infantiles,
cuando cándidamente os invocaban.
¡Ah, la pura materia de los niños!,
en la que atesoramos lo mejor de nosotros,
y donde Él nos asesta la más cruel herida:
la de verlos crecer bajo la hierba.
Inalcanzable imagen del tierno adolescente
que, abrasado de sueños y alentado
por hálito divino, osó volar muy alto,
ahora sólo escombro derribado.
A vuestros pies están, ya putrefactos
como la propia lepra que os destruye,
los que sus madres os encomendaron
al nacer. ¡Ay, ángeles descuidados!
(De "Terrenal y marina").
miércoles, 9 de junio de 2010
DROGA DURA
Nunca estuve enganchada a la droga del odio.
Cuando pisoteaba las flores de mi huerto
y rompía la mesa que le esperaba puesta,
no recurría yo, por liberarme
de la atroz impotencia, a la droga del odio.
Solamente lloraba.
No le odié por abrasar con ácido
la seda de mis muslos y dejarlos marchitos.
Ni siquiera cuando tenía hambre
y él me daba los frutos de su vino,
amargos y morados,
corría yo a inyectarme el odio en vena.
Odio las drogas duras.
Por raro que parezca, no le odiaba
por cercenar mi risa de muchacha
y grabar a cuchillo el miedo entre mis ojos.
Y cuando al póker se jugó mi suerte,
a cambio del cangrejo dorado que una mujer
llevaba en el ombligo, no era odio
lo que me goteaba amargo por los labios:
era mi corazón hecho pedazos.
Le maté por azar, en un impulso
ciego y desnudo de cólera,
una necesidad de liberarme
y respirar al fin, que me nació de súbito
mientras él me asfixiaba con sus manos.
Pero nunca le odie, sólo le amaba.
(Del libro "Terrenal y marina")
Cuando pisoteaba las flores de mi huerto
y rompía la mesa que le esperaba puesta,
no recurría yo, por liberarme
de la atroz impotencia, a la droga del odio.
Solamente lloraba.
No le odié por abrasar con ácido
la seda de mis muslos y dejarlos marchitos.
Ni siquiera cuando tenía hambre
y él me daba los frutos de su vino,
amargos y morados,
corría yo a inyectarme el odio en vena.
Odio las drogas duras.
Por raro que parezca, no le odiaba
por cercenar mi risa de muchacha
y grabar a cuchillo el miedo entre mis ojos.
Y cuando al póker se jugó mi suerte,
a cambio del cangrejo dorado que una mujer
llevaba en el ombligo, no era odio
lo que me goteaba amargo por los labios:
era mi corazón hecho pedazos.
Le maté por azar, en un impulso
ciego y desnudo de cólera,
una necesidad de liberarme
y respirar al fin, que me nació de súbito
mientras él me asfixiaba con sus manos.
Pero nunca le odie, sólo le amaba.
(Del libro "Terrenal y marina")
miércoles, 2 de junio de 2010
La araña
No me vengas, muchacho, a estas alturas
del espanto ciempiés, a remendarme
los grises agujeros con amores
platónicos, y cantar con palabras de azúcar
mis ojos de basalto, la pulpa de mis labios
ni el lujo de m piel -de orquídea paralítica-,
que no estoy para cantos celestiales.
Sé que soy como soy: fruto de otoño
y de esta cruel tierra de alacranes,
amarga cual la almendra de corazón helado.
Chiquillo, no seas necio:
mis ojos, que ya han visto tantas cosas,
sólo son bolas de barro que ruedan
delante de los pies por el asfalto,
negras de hollín y grasa de los coches;
mis labios ya no son de pulpa fresca,
sino secos y ácidos, y en mi piel,
fuego y satén en noches pródigas en victorias,
la escarcha de la muerte va extendiendo
su sombra codiciosa. Se prudente
antes de echar tus redes en mi noche,
pavorosa alimaña de afilados colmillos,
que podría seguirte la corriente
y liarme contigo la manta a la cabeza.
No pretendas descubrirme Venecia,
criatura. Yo he danzado desnuda
en la Plaza de San Marcos, borracha
de amor y de champán con Casanova.
De vigilia en París y estricto ayuno,
me doctoré en la ciencia de la vida
discutiendo en los cafés
con todos los malditos que tú adoras.
Y al grito de libertad me hice mujer, a golpes
siguiendo la costumbre de mi casta,
pero sobreviví a la "paz de Franco".
Fui promesa, escritora, bohemia,
periodista, vanguardia y revolucionaria.
Fíjate si soy vieja.
Por eso, ahora que todavía estás a tiempo;
vete sin volver la cabeza. Huye,
no me tientes con tu juego a deshora,
que te advierto que soy de fruto amargo
y corazón helado por un fatal granizo.
No te fíes del engañoso brillo
de la cáscara, ni del relámpago
de húmedo hollín en mis ojos de barro.
Sálvate de mis trucos de mujer sola y triste,
no caigas en la trampa sutil que el miedo borda,
trémula y refulgente pedrería,
como teje la araña su tela prodigiosa
para atrapar la mosca y devorarla.
(Del libro "El don desapacible")
del espanto ciempiés, a remendarme
los grises agujeros con amores
platónicos, y cantar con palabras de azúcar
mis ojos de basalto, la pulpa de mis labios
ni el lujo de m piel -de orquídea paralítica-,
que no estoy para cantos celestiales.
Sé que soy como soy: fruto de otoño
y de esta cruel tierra de alacranes,
amarga cual la almendra de corazón helado.
Chiquillo, no seas necio:
mis ojos, que ya han visto tantas cosas,
sólo son bolas de barro que ruedan
delante de los pies por el asfalto,
negras de hollín y grasa de los coches;
mis labios ya no son de pulpa fresca,
sino secos y ácidos, y en mi piel,
fuego y satén en noches pródigas en victorias,
la escarcha de la muerte va extendiendo
su sombra codiciosa. Se prudente
antes de echar tus redes en mi noche,
pavorosa alimaña de afilados colmillos,
que podría seguirte la corriente
y liarme contigo la manta a la cabeza.
No pretendas descubrirme Venecia,
criatura. Yo he danzado desnuda
en la Plaza de San Marcos, borracha
de amor y de champán con Casanova.
De vigilia en París y estricto ayuno,
me doctoré en la ciencia de la vida
discutiendo en los cafés
con todos los malditos que tú adoras.
Y al grito de libertad me hice mujer, a golpes
siguiendo la costumbre de mi casta,
pero sobreviví a la "paz de Franco".
Fui promesa, escritora, bohemia,
periodista, vanguardia y revolucionaria.
Fíjate si soy vieja.
Por eso, ahora que todavía estás a tiempo;
vete sin volver la cabeza. Huye,
no me tientes con tu juego a deshora,
que te advierto que soy de fruto amargo
y corazón helado por un fatal granizo.
No te fíes del engañoso brillo
de la cáscara, ni del relámpago
de húmedo hollín en mis ojos de barro.
Sálvate de mis trucos de mujer sola y triste,
no caigas en la trampa sutil que el miedo borda,
trémula y refulgente pedrería,
como teje la araña su tela prodigiosa
para atrapar la mosca y devorarla.
(Del libro "El don desapacible")
viernes, 21 de mayo de 2010
Autorretrato
Me llamo Soledad y estoy soltera,
quiero decir
que voy sola al abogado, al médico
y consumo mi vida
de ventanilla en ventanilla,
en esa lenta droga llamada burocracia.
Tengo dos hijos
a los que educo para hombres,
en la medida que una mujer
puede hacer hombres.
Tengo ventiséis años
y, a veces, enfermo de ternura.
Estoy tan sola,
que alguna vez, me paro ante el espejo
y me sonrío.
Otras veces, para no enloquecer,
me coloco las pestañas postizas,
los lunares,
me encajo la sonrisa
y ensayo
el pequeño suicidio del diálogo.
Todas las madrugadas
recibo la visita de un extraño
-siempre el mismo-
al que caliento la cama hace ocho años.
Solo por esto me mantiene.
(De "Crónicas de una tristeza")
quiero decir
que voy sola al abogado, al médico
y consumo mi vida
de ventanilla en ventanilla,
en esa lenta droga llamada burocracia.
Tengo dos hijos
a los que educo para hombres,
en la medida que una mujer
puede hacer hombres.
Tengo ventiséis años
y, a veces, enfermo de ternura.
Estoy tan sola,
que alguna vez, me paro ante el espejo
y me sonrío.
Otras veces, para no enloquecer,
me coloco las pestañas postizas,
los lunares,
me encajo la sonrisa
y ensayo
el pequeño suicidio del diálogo.
Todas las madrugadas
recibo la visita de un extraño
-siempre el mismo-
al que caliento la cama hace ocho años.
Solo por esto me mantiene.
(De "Crónicas de una tristeza")
La trampa
Como una pobre rata va el hombre hacia su queso.
Están reunidos todos los amigos,
regocijados
al verlo tan hermoso y anhelante.
Le murmuran obscenidades al oído
y acarician su nuca.
Sonríe él agradecido y les ríe los chistes.
La fiesta vale el salario de un año
y, satisfecho, el novio les ve beber champán,
prepararle las sábanas y cantar parabienes.
Nadie le dice el precio del vestid de novia.
aunque todos lo saben,
ninguno va a decirle que la esposa
debajo de los tules,
esconde una boca inmensa que acabará engulléndolo.
No le dicen que sus sueños, su ambición,
su esperanza,
van a ser arrancadas
para adornar el adorado ombligo.
Y sus huesos, si se salvan,
serán paseado con cadenas.
Animada por músicas, velos y temblores,
entra la novia, ave perseguida.
Va dejando a su paso las espumas del velo,
las plumas de su cola de paloma alcanzada.
Camina al paraíso corregido,
hacia la fortaleza conquistada,
poniendo bridas
al miedo de encontrarse en el bosque de vello
donde el deseo amordazado del varón la espera.
Va la virgen a poseer un dios dulce y viril,
a la isla fortificada de sus brazos,
a la feria de los besos y el misterio,
a salvarse del miedo,
a la entrega.
Pero, ¿por qué nadie le dice ahora
que la crisálida sale hecha cenizas del abrazo,
que su dios es un hombre destrozado
y recompuesto,
que el misterio es un caos de amargura y vergüenza.
Que mañana habrá de defenderse
del odio de su dios encadenado
y su propia impotencia.
Y que el tierno almidón de las sábanas
va a convertirse
en un violento e incandescente charco mineral?
Hermosos, jóvenes, los dos enamorados
son conducidos por el órgano, el incienso,
el pueblo entero, hasta la trampa.
(De "Crónicas de una tristeza")
Están reunidos todos los amigos,
regocijados
al verlo tan hermoso y anhelante.
Le murmuran obscenidades al oído
y acarician su nuca.
Sonríe él agradecido y les ríe los chistes.
La fiesta vale el salario de un año
y, satisfecho, el novio les ve beber champán,
prepararle las sábanas y cantar parabienes.
Nadie le dice el precio del vestid de novia.
aunque todos lo saben,
ninguno va a decirle que la esposa
debajo de los tules,
esconde una boca inmensa que acabará engulléndolo.
No le dicen que sus sueños, su ambición,
su esperanza,
van a ser arrancadas
para adornar el adorado ombligo.
Y sus huesos, si se salvan,
serán paseado con cadenas.
Animada por músicas, velos y temblores,
entra la novia, ave perseguida.
Va dejando a su paso las espumas del velo,
las plumas de su cola de paloma alcanzada.
Camina al paraíso corregido,
hacia la fortaleza conquistada,
poniendo bridas
al miedo de encontrarse en el bosque de vello
donde el deseo amordazado del varón la espera.
Va la virgen a poseer un dios dulce y viril,
a la isla fortificada de sus brazos,
a la feria de los besos y el misterio,
a salvarse del miedo,
a la entrega.
Pero, ¿por qué nadie le dice ahora
que la crisálida sale hecha cenizas del abrazo,
que su dios es un hombre destrozado
y recompuesto,
que el misterio es un caos de amargura y vergüenza.
Que mañana habrá de defenderse
del odio de su dios encadenado
y su propia impotencia.
Y que el tierno almidón de las sábanas
va a convertirse
en un violento e incandescente charco mineral?
Hermosos, jóvenes, los dos enamorados
son conducidos por el órgano, el incienso,
el pueblo entero, hasta la trampa.
(De "Crónicas de una tristeza")
LA PATRIA DEL TIEMPO
Hubo un tiempo donde todo fue bello.
Un tiempo sin violines
ni noches de satén bajo la luna,
¿quién los necesitaba? El tiempo aquel
tampoco tuvo tardes incendiadas
por el radiante sol del mes de mayo:
todo era lluvia y frío en la ancha ciudad,
cegada por el brillo de los astros celestes
de tu cuerpo y el mío,
y sólo la inocencia fue mi dote,
pero todas las noches fueron fiesta
y el nardo del amor las perfumaba.
A las seis,
con el cepo del sueño mordiéndonos los ojos,
había que dejar, a toda prisa,
la chambre de L`Avenir -¡qué porvenir tan corto!-
que el bueno de Fernando nos permitía usar,
arriesgando su empleo de portero de noche.
Antes de irnos -que se lo premie Dios-,
nos servía dos cafés muy cargados
con mermelada amarga de naranja
y mucha mantequilla contra el frío.
A partir de ese instante,
París con sus tesoros era nuestro.
¡Que raro privilegio, siendo los dos tan pobres,
poseer la belleza de aquel reino nocturno!
Lloraban las farolas su muerte cotidiana
y se desmelenaban los bucles amarillos,
antes de suicidarse en las aguas del Sena
cuando la luz enferma saliera para todos.
De improviso, delante de la gente
que andaba presurosa hacia el trabajo,
la lluvia sin pudor me desnudaba
y lamía mis pechos de novicia.
¡ Ah, tiempo de la revelación de la existencia,
donde estaba aún presente la esperanza!
Cuando era un gozo el ver amanecer,
la salvaje caricia de la lluvia,
dormir en cama ajena,
encontrar los trabajos más absurdos.
Y París una hermosa burbuja tuya y mía,
el verdadero hogar:
la libertad.
Ya no tengo otra patria que aquel tiempo,
ni más deseo que la sed de volver
al agua milagrosa que contenía la vida.
Sólo un momento, ya gastado, pido
para volver al mundo que cabía
en la corta distancia
que había entre tus ojos y los míos,
donde todo era justo, hermoso, deseable.
Quién pudiera soñar toda una noche,
antes, ay, de que el último buitre me devore,
que regreso a la patria adolescente,
a ser la que fui un día, alegre y pobre,
en aquel paraíso improvisado.
Bastaría un instante, ¡la dicha fue tan breve!
(De "Cuaderno del delirio")
Un tiempo sin violines
ni noches de satén bajo la luna,
¿quién los necesitaba? El tiempo aquel
tampoco tuvo tardes incendiadas
por el radiante sol del mes de mayo:
todo era lluvia y frío en la ancha ciudad,
cegada por el brillo de los astros celestes
de tu cuerpo y el mío,
y sólo la inocencia fue mi dote,
pero todas las noches fueron fiesta
y el nardo del amor las perfumaba.
A las seis,
con el cepo del sueño mordiéndonos los ojos,
había que dejar, a toda prisa,
la chambre de L`Avenir -¡qué porvenir tan corto!-
que el bueno de Fernando nos permitía usar,
arriesgando su empleo de portero de noche.
Antes de irnos -que se lo premie Dios-,
nos servía dos cafés muy cargados
con mermelada amarga de naranja
y mucha mantequilla contra el frío.
A partir de ese instante,
París con sus tesoros era nuestro.
¡Que raro privilegio, siendo los dos tan pobres,
poseer la belleza de aquel reino nocturno!
Lloraban las farolas su muerte cotidiana
y se desmelenaban los bucles amarillos,
antes de suicidarse en las aguas del Sena
cuando la luz enferma saliera para todos.
De improviso, delante de la gente
que andaba presurosa hacia el trabajo,
la lluvia sin pudor me desnudaba
y lamía mis pechos de novicia.
¡ Ah, tiempo de la revelación de la existencia,
donde estaba aún presente la esperanza!
Cuando era un gozo el ver amanecer,
la salvaje caricia de la lluvia,
dormir en cama ajena,
encontrar los trabajos más absurdos.
Y París una hermosa burbuja tuya y mía,
el verdadero hogar:
la libertad.
Ya no tengo otra patria que aquel tiempo,
ni más deseo que la sed de volver
al agua milagrosa que contenía la vida.
Sólo un momento, ya gastado, pido
para volver al mundo que cabía
en la corta distancia
que había entre tus ojos y los míos,
donde todo era justo, hermoso, deseable.
Quién pudiera soñar toda una noche,
antes, ay, de que el último buitre me devore,
que regreso a la patria adolescente,
a ser la que fui un día, alegre y pobre,
en aquel paraíso improvisado.
Bastaría un instante, ¡la dicha fue tan breve!
(De "Cuaderno del delirio")
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