Vienes, desde tan lejos, a mis ojos
y los ciegas de llanto.
Ciegos también tus ojos y los míos
bajo aquel aguacero de la noche
primera, palpándonos los rostros
para encontrar los labios y bebernos.
La lluvia generosa que caía
inundó de alegría la pobreza
de un domingo cualquiera,
que ya es único y nuestro,
y nos hizo sentirnos inmortales
(no puede ser humana tanta dicha),
anegados en besos, agua y risas.
¡Ay, amante de lluvia y alegría,
detenido para siempre en la noche que te amé!
Tan ido como el viento codicioso
que robaba los oros
a los dormidos árboles
y empujaba tu cuerpo contra el mío,
me vienes a la mente, de improviso,
volando la hojarasca
que otoño tras otoño te ocultaba.
Y la plaza sonora de la boca,
convertida en un pozo de silencios
donde oxidadas yacen las palabras
con su vaho levísimo de escombros,
se me llena de aquel urgente jugo
donde saltaban vivos, como peces, los besos.
Perdido y sin retorno, amor,
y yo ya acostumbrada a tanta ausencia,
de repente me vienes como un rayo
directo al corazón, reseco de cenizas,
y sangra la amapola disecada.
Tan lejos y tan ido, en un instante
te haces dueño de mí, lunar e intacta,
sólo con ver tu foto en los diarios..
(Del libro Terrenal y marina)
miércoles, 27 de octubre de 2010
domingo, 17 de octubre de 2010
AMOR, ETERNO ERES
Amor, eterno eres, como juré,
juramos, aquel día, al principio
del mundo y la catástrofe,
cuando, ¡oh prodigio!, tú me renaciste
y me gané en la cifra de fuego de sus labios
la herida de mí misma, mi nuevo ser,
desesperadamente puro y libre,
encadenado a ti ya para siempre.
Qué importa que su sellado corazón
me niegue lo que implora
de otro corazón desconocido,
que sus ávidos labios busquen ángulos nuevos,
sedientos de otros zumos y otros labios,
que su cuerpo no sea ya la ardiente
prolongación del mío,
si aquí estás tú, dolor, su último rostro,
pesando sobre mí como él desnudo,
forma esencial de mí, tuétano mío,
la más fiel, la más larga compañía.
Dolor que hace mi amor irrevocable,
eterno, como juré, juramos, aquel día.
(Del libro Terrenal y marina)
juramos, aquel día, al principio
del mundo y la catástrofe,
cuando, ¡oh prodigio!, tú me renaciste
y me gané en la cifra de fuego de sus labios
la herida de mí misma, mi nuevo ser,
desesperadamente puro y libre,
encadenado a ti ya para siempre.
Qué importa que su sellado corazón
me niegue lo que implora
de otro corazón desconocido,
que sus ávidos labios busquen ángulos nuevos,
sedientos de otros zumos y otros labios,
que su cuerpo no sea ya la ardiente
prolongación del mío,
si aquí estás tú, dolor, su último rostro,
pesando sobre mí como él desnudo,
forma esencial de mí, tuétano mío,
la más fiel, la más larga compañía.
Dolor que hace mi amor irrevocable,
eterno, como juré, juramos, aquel día.
(Del libro Terrenal y marina)
viernes, 8 de octubre de 2010
V
Tal vez sea la hiedra que reúna mi escombro
quien te diga algún día la palabra
que yo no encuentro nunca.
Por qué duele en mis ojos esta tristeza inútil,
por qué tengo la sonrisa lastrada
y las manos tan duras.
Tendrá mi tierra entonces la frescura de un cuerpo
y mi amor detrás de ella
te aclarará los huesos.
Y te caerán goteras
en alguna esquina
que mojen hasta el fondo tu madera.
Cuando sólo eso sea:
una isla de hiedra enamorada
que rescate la lluvia.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
quien te diga algún día la palabra
que yo no encuentro nunca.
Por qué duele en mis ojos esta tristeza inútil,
por qué tengo la sonrisa lastrada
y las manos tan duras.
Tendrá mi tierra entonces la frescura de un cuerpo
y mi amor detrás de ella
te aclarará los huesos.
Y te caerán goteras
en alguna esquina
que mojen hasta el fondo tu madera.
Cuando sólo eso sea:
una isla de hiedra enamorada
que rescate la lluvia.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
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