OS AGRADEZCO VUESTRA VISITA Y POSIBLES COMENTARIOS.

SED BIENVENIDOS.

lunes, 19 de septiembre de 2011

A UN ÁNGEL QUE NO SABÍA VOLAR

Fue la primera imagen del verano.
Salía del lavabo vacilante,
colgado de la frágil solapa del levitón
como un equilibrista. Y se quedó aturdido,
encuadrado en la luz devoradora
de un dramático plano "cinèma verité"
de muerto anticipado. Irreal, joven, bello,
extravagante: levita negra de buen corte
-abierta sobre el desnudo costillar-
igual que el pantalón hecho jirones.
Parecía un pobre de diseño
contratado para vender perfumes Christian Dior,
o un actor inverosímil y sobrecogedor.

Las burlonas miradas se enredaron
en las rastas de su rubia melena,
en el huesudo tórax,
en las verdes pupilas dilatadas.
Él recibió el impacto con paciente costumbre,
recobró el equilibrio y se marchó muy digno.

Lo encontré, siempre solo, varias veces
-caminaba sin tregua-
huyendo cauteloso de la gente.
Un día se sentó a mi lado en el paseo;
no olía a sal, como correspondía,
tampoco a libertad; olía a invierno,
a ropa húmeda, a pez muerto. No me moví:
tal vez necesitaba una sonrisa.
Para no asustarle le ofrecí un cigarrillo.
Entornó, receloso, las joyas de sus ojos,
observó sin recato mis manos de madera
y me leyó en los ojos el tiempo que me queda
mientras pasó un batallón de espectros hacia el mar.
"Los cigarrillos matan lentamente"
dijo, al fin, en francés con ironía,
y se fue con la prisa de un alto dignatario.

Siempre que nos cruzamos, a partir de ese día,
me miraba furioso y se escondía.
Una tarde vino hacia mí de frente,
tomó impulso, saltó en el aire e intentó volar
moviendo el faldón de su levita,
y se precipitó sobre las piedras.
Al auxiliarle vi que me espiaba
con un ojo entreabierto;
sentí un absurdo deseo de llorar.
No volví al paseo.

Lo hallaron en la playa unos bañistas,
un borrascoso día de septiembre.
Desde un mirador vi su excitación de fieras,
rodeando el cuerpo apaciguado,
que apenas contenía una burbuja
del beso de las olas como última caricia.
Reconocí de lejos su frío y su levita.

(Del libro "Cuaderno del delirio")