Inesperadamente, una mañana
se hace la luz,
sin medida, irrefrenable, cegadora,
y es el comienzo.
Hasta ese momento,
el hombre ha sido un ser sumiso y torpe
(" Yo no había tenido
nada de valor hasta entonces"
-se justificará el día que termine su reinado),
que ahora intenta almacenar la luz.
Arrogante y hermoso, el príncipe
convoca al mundo,
subido al campanario vegetal de su gozo:
"Hombres todos venid a mi coronación.
Yo soy el elegido por el sol.
Tengo los elemetos rendidos a mi suerte.
Basta que yo diga hágase
y estallará el milagro.
La belleza se me ha entregado
desnuda como un mármol sin secreto.
Y el amor más puro está cociéndose en mi pecho".
Algunos pocos acuden al prodigio,
a mendigar su rosa,
a compartir las mieles que le brotan
del costado, a robarle los rizos
y medir las montañas que sus ojos reflejan.
Hasta que el alba lo encuentre en la playa,
extenuado
de soportar tanta riqueza inútil,
al lado de un cadáver brillante.
Ha comprendido
y acepta los gusanos de sus ojos
donde la luz ayer dilató la belleza.
Al subir la marea
el agua va a lamer las heridas
a este hombre recién nacido.
(Del libro Crónicas de una tristeza)
martes, 28 de septiembre de 2010
miércoles, 15 de septiembre de 2010
TÁNTALO
Duelo de amor a espada y lirio abierto.
Me abraso con el frio de tu espalda,
atalaya de nieve que me niega
la cifra de tu gloria y de mi herida.
Cruel juego, cercas de nieve el fuego,
y al instante alimentas, beso a beso,
mi infierno. No desembrides la furia
de la sangre si es batalla perdida.
No me prendas, amor, si no has de amarme,
que ya ardo y muero en el incendio, presa
del sortilegio que en tu labio bebo.
Mientras tú, desdeñoso a mi condena,
te creces y atesoras, avariento,
toda la luz que derribada debo.
Me abraso con el frio de tu espalda,
atalaya de nieve que me niega
la cifra de tu gloria y de mi herida.
Cruel juego, cercas de nieve el fuego,
y al instante alimentas, beso a beso,
mi infierno. No desembrides la furia
de la sangre si es batalla perdida.
No me prendas, amor, si no has de amarme,
que ya ardo y muero en el incendio, presa
del sortilegio que en tu labio bebo.
Mientras tú, desdeñoso a mi condena,
te creces y atesoras, avariento,
toda la luz que derribada debo.
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